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El profeta iletrado

El profeta iletrado

 

Por: Prof. Murtada Mutahhari

Los Profetas surgen del seno del pueblo. Ninguno de ellos proviene de la élite de los sabios. Pero al mismo tiempo abordaron problemas y trataron cuestiones que asombraron a los sabios... Tampoco los profetas eran políticos profesionales, la vía que mostraron les pareció a ellos mismos desconocida e impracticable al principio. Sin embargo, el movimiento que imprimieron a la sociedad y la transformación que iniciaron en ella ha asombrado a los políticos y ha dejado estupefactos a los sabios y a los buscadores por la evolución intelectual y científica que produjeron.

Aquellos que han creído en los profetas han calificado su obra de divina y a veces milagrosa. Los que no les han creído, les han calificado de geniales. Otro grupo, que veía sus intereses en peligro, han declarado que los profetas eran sostenidos por otros personajes. Estos últimos, a fin de probar sus dichos, han señalado que los profetas sabían leer y escribir.

Tras conocer la vida del muy noble Profeta, es innegable que no recibió ninguna enseñanza sea cual sea y que no consultó libro alguno de ninguna clase.

Por lo demás, ningún historiador sea o no musulmán, ha podido afirmar lo contrario, tanto si se refiere a su infancia y juventud como si se evoca su edad adulta y vejez, época precisa correspondiente al Mensaje Revelado. Por lo mismo, nadie ha podido afirmar o presentar la prueba de que el Profeta haya leído, sea lo que sea, o escrito una sola palabra, antes de su misión.

Los árabes de aquel tiempo, sobretodo los del Hiyaz, eran iletrados, excepto algunos raros individuos que se podían contar con los dedos de la mano, siendo así inconcebible que una persona sabiendo leer y escribir pudiese pasar desapercibida.

En su tiempo, el Profeta fue calumniado y difamado por las gentes hostiles a su mensaje, no por el hecho de si sabía leer y escribir, sino porque le acusaban de plagiar otras enseñanzas. Como pudiera ser que tuviera nociones rudimentarias de escritura y lectura, esta acusación puede ser con rigor posible.

LOS TESTIMONIOS

Los orientalistas, escrutando la historia islámica con ojo crítico, no han podido descubrir el menor vestigio de un conocimiento de la escritura y lectura por el Profeta. Han debido admitir que era iletrado y había crecido entre un pueblo analfabeto. Carlyle escribe en su libro “Los Héroes” que hay que admitir que Muhammad no recibió ninguna enseñanza tras un maestro y que la escritura era de importación reciente entre el pueblo árabe: “Creo que la verdad es que Muhammad no conocía ni la escritura ni la lectura y que no conocía más que la vida del desierto”.

Will Durant escribe en “La Historia de la Filosofía”: “Aparentemente, nadie pensó en enseñarle (a Muhammad) a leer y escribir. El oficio de escribir no gozaba de consideración a los ojos de los árabes, es por lo que no había más de diecisiete personas sabiendo leer y escribir”.

Ignoramos si Muhammad ha escrito una línea de su propia mano pues, tras el inicio de la Revelación, utilizó un escriba particular dictándole el más célebre y sabio de los escritos en árabe, donde los detalles reflejan un conocimiento muy superior al de los instruidos.

Jean Dion Pourth escribe en su libro “La justicia debida a Muhammad y al Corán” : “En cuanto a la enseñanza y educación, tal y como son perpetuados en el mundo, se piensa unánimemente que Muhammad no ha estudiado y que no ha conocido más que lo que es corriente en su tribu”.

Constan V. Giusgiu escribe en su libro “Muhammad, el Profeta que debe ser conocido de nuevo”: “Aunque haya sido iletrado, los primeros versículos revelados mencionan la pluma y la ciencia, es decir, la escritura y la enseñanza. Ninguna de las más importantes religiones ha concedido al desarrollo de la ciencia y del conocimiento tanto valor, ni le atribuye un lugar tan privilegiado como la religión islámica. Si Muhammad era un “sabio” no habría lugar a asombrarse del misterio de estos versículos enunciados en una caverna de Hirah pues el sabio conoce el valor exacto de lo que dice. Pero Muhammad era iletrado y el alumno de nadie. A mi vez felicito a los musulmanes por el lugar elevado que ocupa el conocimiento en su religión”.

Gustavo Lebon ha escrito en su libro “La civilización arabo-musulmana”: “Es sabido que el Profeta era iletrado y esto es exacto según el modo de pensamiento analógico. Si fuera sabio, la relación entre los asuntos y los capítulos coránicos habría estado mejor arreglada. Y, si no era iletrado, no habría podido difundir una nueva ideología. El hombre iletrado conoce mejor las necesidades del ignorante y puede dirigirlas más fácilmente hacia la buena vía. De todas maneras, fuese o no fuese iletrado, no hay ninguna duda que poseía el mejor espíritu y la mejor inteligencia”. Sin embargo, las ideas materialistas de Gustavo Lebon y la dificultad que tuvo para penetrar en el contenido del Corán, pues no comprendía los vínculos entre los versículos, le llevaron a menospreciar al Profeta y al Corán. A pesar de ello reconocía la inexistencia de cualquier signo que permita afirmar un conocimiento previo de la lectura y de la escritura por parte del Profeta del Islam.

En realidad nuestro propósito no era extraer y citar los argumentos de estos autores no musulmanes, que guiados por su escepticismo han hecho minuciosas búsquedas en la historia del Islam a fin de descubrir en ella pruebas válidas para socavar nuestras profundas convicciones. En verdad que los musulmanes son los más cualificados para dar sus puntos de vista sobre la Historia islámica. Es evidente que si el Profeta hubiera tenido conocimiento de la escritura, este hecho no habría podido escapar al ojo crítico de los buscadores.

Así, el breve encuentro del noble Profeta acompañado de Abi Talib con el monje Bahira , intrigó mucho a los orientalistas. Este encuentro tuvo lugar con ocasión de un alto en el camino de La Meca a Siria. Los orientalistas siempre se han preguntado si el Profeta había aprendido algo con ocasión de este encuentro. Si este encuentro insignificante ha llamado la atención de los nuevos y antiguos opositores al Islam, entonces cualquier documento probando que el Profeta sabía leer o escribir no habría, sin duda, podido escapárseles. Y si tal documento existiese habría, sin duda, sido aumentado bajo la lente de sus microscopios.

Para elucidar más aun esta cuestión, hay que tomar en consideración los dos puntos siguientes: período anterior y período posterior a la misión profética.

Es necesario que insistamos aún más sobre la aptitud para leer y escribir del Profeta durante el período posterior a la misión. Estamos por lo tanto en perfecto acuerdo con los investigadores sobre el hecho de que el Noble Profeta fue analfabeto antes de su misión: en efecto, pensamos que era todavía analfabeto en aquel momento. Lo que parece más verosímil para esta época, es que no escribía. De todas formas, las opiniones difieren en cuanto a su aptitud para leer. Algunos hadices shiitas relatan que sabía leer en la época del Mensaje pero que no sabía escribir. Otros hadices desmienten este hecho. Sin embargo, si se consideran todas las búsquedas y las pruebas dadas, podemos concluir que el Profeta no sabía leer ni escribir tampoco en la época del Mensaje. En cuanto a la época anterior al Mensaje, debemos hacer una investigación profunda sobre la situación general del arte de escribir y leer en la Península Arábiga.

LA ESCRITURA EN EL HIYAZ

El estudio de las corrientes históricas nos muestra que, al alba del Islam, no existía en la península más que algunos individuos, en muy limitado número, sabiendo leer y escribir. Al Baladhuri nos relata al final de su libro “Futuh al-Buldan” (La conquista de las regiones) el inicio de la escritura en el Hiyaz:

“Tres personas se reunieron, Moramir Ben Mullah, Aslam Ben Sadzah y Amir Ben Yadrah. Establecieron una escritura, copiando las letras árabes de las letras sirias. Las enseñaron a las gentes de Al Anbar que las transmitieron a continuación a las del Al Hirah. Bashir Ben Abdulmalik, hermano de Akdin Ben Abdulmalik Ben Abdulyinn Al Kindi, gobernador de Dawmat-ul-Yahdal -un cristiano- iba y venía al territorio de las gentes de Al Hirah. Es así como aprendió allí su escritura. Más adelante, se dirigió a la Meca para negocios. Un día, Sufian Ben Abd Shams y Abu Qais Ben Abd Manaf Ben Zohra Ben Halek, que le vieron escribir, le pidieron que les enseñara el alfabeto: es lo que hizo. Los tres partieron enseguida a Ta’if por negocios. Allá, tuvieron por compañero a Guilan Ben Salmah Az Zaqafi a quien enseñaron el arte de escribir. Bishir les dejó yéndose a Madher donde enseñó este arte a Amri Ben Zararah apodado “El escribiente”. Posteriormente, Bishir se volvió a Siria donde difundió a otras personas este alfabeto. Por lo mismo, un hombre de Zabakhat Kalb aprendió también la escritura al lado de los tres primeros citados anteriormente, después le enseñó a su vez a un hombre de la tribu del Wadi al Qura que trajo este arte a su tribu».

Así mismo, Ibn Al Nadim ha hecho alusión a lo que ha escrito Baladhuri en su obra “Al Fihrist” (El inventario. El primer arte del primer artículo). Y relató que Ibn Abbas dijo que la escritura árabe tuvo tres precursores de la tribu de “Bulan” (sub-tribu de los Anbar) que transmitieron a continuación su conocimiento a las gentes de Al Hirah.

Así mismo, Ibn Jaldun menciona una parte del pasaje recitado y lo confirma en su Muqaddima (capítulo donde la escritura es presentada en tanto que creación humana). Al Baladhuri relata que no había mas que diecisiete hombres sabiendo escribir entre los Quraishitas: Omar Ben Al Jattab, Ali Ben Abi Taleb, Ozman Ben Affan, Abu ‘Ubayda Ben Al Yarah, Talha, Yazid Ben Abi Sufian, Abu Hudaifa, Ben Utba Ben Rabi’a, Hatib Ben Amru, el hermano de Suhail Ben Amru al Amiri de Quraysh, Abu Salama Ben Abd al Assad Al Majzumi, Aban Ben Said, Abdullah Amiri, Abu Sufian Ben Harb Ben Umaiia, Mu’awia Ben Abi Sufian, Yahim Ben Al Calt y finalmente entre los asociados de los Quraishitas, Al Ala Ben Al Hadhrami.

Al Baladhuri, igualmente, no menciona más que una mujer quraishita de la época de la Yahiliiah (la Ignorancia) y contemporánea del advenimiento del Islam, sabiendo leer y escribir: Al Shifa Bint Abdallah Al Adwi. Se convirtió al Islam y fue del grupo de los primeros emigrantes. Dijo también que ella enseñó a Hafza, la mujer del Profeta y que un día este último le dijo bromeando: “¿No enseñarás a Hafza el encantamiento de Al Namba igual que le has enseñado la escritura?”

Al Baladhuri cita también algunas mujeres musulmanas sabiendo leer pero no escribir como Hafza, Aisha y Umm Salama, esposas del Profeta; otras sabiendo leer y escribir como Karima Bint Muqadah y Bint Said quien reveló que su padre le había enseñado.

Al Baladhuri nombra también a los que eran los escribas del Profeta y afirma que el número de ellos que sabian escribir entre los Aws y los Jazray (las dos tribus de Medina) no sobrepasaba once personas al principio del Islam.

De todo esto que acabamos de relatar, deducimos que el arte de escribir era reciente en la región de Hiyaz y que la situación era tal que cualquiera que lo dominase, era conocido por todos. Como no había más de una veintena de personas capaces de leer y escribir en Medina y La Meca, la historia ha podido retener los nombres. Y si el Enviado de Dios, el Profeta, hubiera pertenecido a ese grupo, seguro que ese dato sería conocido por todos. Esto demuestra claramente que no sabía ni leer ni escribir.

LA EPOCA DEL MENSAJE, PARTICULARMENTE EN MEDINA

El estudio de todas las investigaciones realizadas nos proporciona la certeza de que el Enviado de Dios no sabía ni leer ni escribir en tiempos del Mensaje. Pero las opiniones de los sabios musulmanes, shiitas y sunnitas, difieren en este punto. En efecto, algunos de entre ellos consideran como improbable que la Revelación (Wahi) le haya gratificado con el don de todas las cosas salvo de la aptitud de leer y escribir.

Es relatado en algunas tradiciones shiitas que el Profeta leía en tiempos del mensaje pero no escribía. Citamos la tradición relatada por As-Saduq en las “Causas de las leyes divinas” según la cual Abu Abdullah (el Imam As-Sadiq, con él sea la Paz) había dicho que “una de las cosas que Dios otorgó al Enviado de Dios es la aptitud de leer pero no la de escribir. Cuando Abu Sufian se dirigía hacia Uhud, Al Abbas escribió al Profeta. La carta le llegó mientras se encontraba cerca de los muros de Medina. Leyó la misiva y no informó de ella a sus compañeros. Les ordenó entrar en Medina y cuando estuvieron en el interior de la ciudad, les informó de ella”.

Pero la biografía de Zini Wahalan relata el incidente de la misiva de Al Abbas de otra manera: “Al Abbas escribió al Profeta, informándole de su reunión y de su partida. El mensaje llegó al Profeta mientras se encontraba en Quba. Al Abbas había pagado a un hombre de los Bani Ghifar para que llevara la carta a Medina en un plazo de tres días. Es lo que hizo. En cuanto recibió la carta, el Profeta la abrió y se la tendió a Ubai Ben Ka’ab quien le leyó el contenido. El Profeta le ordenó guardar el secreto y se dirigió a continuación a casa de Sa’ad Ben Ar-Rabi’a. Le informó del contenido del mensaje y le dijo: “¡Oh Dios! Espero que esto sea un bien y te pido que no lo reveles”.

Otros creen que el Profeta sabía leer y escribir en tiempos de la Revelación. Seied Murtadha dice (en el libro: Los Mares de las Luces): “Ashsha’bi y un grupo de sabios afirman que el Enviado de Dios no dejó este mundo sin haber sabido la escritura y la lectura”. Puede ser que se apoye en el hadiz del Dawat wal Qatif (El Tintero y La Pluma) que dice: “Es bien conocido en las recopilaciones de tradiciones y los libros de historia que el Profeta dijo: ‘Traedme tinta y una pluma para que os escriba una cosa gracias a la cual no os extraviéis jamás”. Pero la referencia de este hadiz no es válida pues no es evidente que el Enviado de Dios haya querido escribir con su propia mano. En efecto, si se supone que el Profeta haya querido dictar algo en presencia de algunas personas que quisiera tomar como testigos y que hasta tuvieran que poner su firma, entonces la expresión seguiría siendo: “para que os escriba alguna cosa gracias a la cual no os extraviéis jamás”. Y un contexto tal es justo, pues se trata aquí de un procedimiento literario concreto que es usado a menudo tanto en la lengua árabe como en otras lenguas.

LOS ESCRIBAS DEL PROFETA

Se puede citar de los relatos históricos islámicos antiguos y dignos de fe, que el Enviado de Dios tenía un grupo de escribas en Medina y que registraban por escrito la Revelación y las Palabras del Profeta, los contratos entre la gente y las promesas que hacía el Profeta a los politeístas y a las Gentes del Libro, las listas de donativos, de impuestos, botines de guerra y del Jums (impuesto anual de un quinto de lo que se ha ahorrado sobre algunas rentas) así como las numerosas cartas que el Profeta hacía llegar a diferentes personas. La historia nos reporta además de la Revelación y hadices, numerosos contratos y cartas del Profeta.

Así, Muhammad Ben Sa’d en su libro “Al tabaqat al Kubra” (Las Grandes Generaciones), hace mención de cerca de un centenar de cartas y cita su contenido. Algunas de estas cartas están dirigidas a los emperadores del mundo, a los gobernadores, a los jefes de tribu, a los príncipes bajo la dependencia de los romanos y los persas (en el Golfo Pérsico) y a otras personalidades. Sea que les invitase a abrazar el Islam, sea que revistiesen un carácter de educación general conteniendo a veces un principio de jurisprudencia. Además, contienen bastantes otras cosas.

En varias de estas cartas el escriba ha mencionado su nombre al final del texto dictado por el Profeta. Se dice que el primero en iniciar esta costumbre es Ubai Ben Ka’b, el Compañero bien conocido. El Profeta no escribió con su mano ninguna de estas cartas, contratos o epístolas y en ningún sitio se lee que el Enviado de Dios haya escrito él mismo nada. Además no tenemos ningún versículo coránico escrito por su mano, mientras que aquellos que registraron la Revelación, todos escribieron el Corán entero.

¿Es posible que el Profeta, sabiendo escribir, no haya escrito ni el Corán, ni una Sura, ni tan siquiera una aleya con su propia mano? Los libros de historia nos han legado los nombres de los escribas de la Revelación. Al-Iaqubi escribió: “Los escribas que registraron la Revelación por escrito, las cartas y contratos, fueron: Ali Ben Abi Taleb, Ozman Ben Hassanah, Abdullah Ben Sa’d Ben Abi Sarah, Ozman ben Affan, Ben Shu’bah, Ma’adh Ben Yabal, Zaid Ben Zabet, Hanzalah Ben Ar-Rabi, Ubai Ben Ka’ab, Yahim Ben Calt y Hazin Al Hamiri.»

En cuanto a Massoudi en “Les Remarques et les Modifications”, menciona con detalles el papel preciso de los escribas, lo que aclara las diferentes funciones y atestigua que existía una especie de organización y reparto de tareas.

“Jalid Ben Sa’id Ben Az Ben Umaiia Ben Abd Shams Ben Abd Manaf escribía en presencia del Profeta y se ocupaba de los asuntos corrientes. Al Mughaira Ben Shi’bah Al Zaqafi y Al Hazin Ben Numair anotaban también los asuntos corrientes. Abdullah Ben Al Arqam Ben Abd Yaghonth Az-Zahari y Al Ala Ben Aqaba enumeraban las deudas y establecían los contratos entre la gente. Zubair Ben Awan y Yahim Ben Calt contabilizaban las sumas dadas en limosna.

Hudhaifa Ben Al-Yaman anotaba el valor de las tierras de Hiyaz. Muaiqib Ben Ali Fatimah Al Dawsi (que era un aliado de los Bani Assad) anotaba los botines de guerra del Enviado de Dios. Anteriormente esta función era llevada a cabo por Sa’id Ben Zabet Al-Ansari, Al Jazrayi Ben Malek Al Nayyar, de la tribu de Ben Atam, dirigía las cartas a los reyes y les respondía en presencia del Profeta. Le servía de traductor del persa, del griego bizantino, del copto, del etíope, lenguas que había aprendido en Medina, frecuentando extranjeros.»

Hanzalah Ben Ar-Rabi escribía en presencia del profeta y ordenaba todos sus asuntos cuando los otros escribas estaban ausentes. Se le apodaba Hanzalah “El Escriba”. Murió durante el califato de Omar Ben Al Jattab, después que Allah hubo dado a los musulmanes la victoria y se habían dispersado por el país. Partió a Ar-Ruha, ciudad de Madhar y murió allí. Abdullah Ben Sa’d Ben Abi Sarh fue escriba antes que se reuniese con los politeístas, renegando así del Islam. Sharhabil Ben Hassana al Tabighi y Ala Ben Al Hadhrami fueron a veces escribas.

Muawia lo fue algunos meses antes de la muerte del Profeta. Aquí no han sido citados más que los nombres de aquellos que escribieron varios textos y cuya función ha sido probada. (Al Tanbih wal Ishraf “Les Remarques et les Modifications”).

Sin embargo, Massoudi no menciona a los escribas de la Revelación y a aquellos que establecieron los contratos islámicos como el Imam Ali, Abdullah Ben Mas’ud y Ubai Ben Ka’ab, como si no hubiera querido citar más que la gente que cumplía otras funciones que la de anotar los versículos revelados.

Encontramos igualmente en la historia y la tradición islámica numerosos casos en los que innumerables musulmanes de lugares próximos o lejanos le pedían consejos. Les respondía con sabiduría y elocuencia. La historia afirma que estas palabras se inscribían ya directamente durante la reunión o bien a continuación. Pero remarcamos que el Profeta no ha escrito ni una sola línea en respuesta a estas preguntas. Si hubiera escrito, seguro que los musulmanes habrían conservado piadosamente estos documentos considerándolos como un honor rendido a ellos o a su tribu.

Esto es lo que pasó, por otra parte, durante la vida del Imam Ali, así como durante la de todos los Imames cuyos escritos fueron conservados durante años e incluso siglos por sus adeptos y sus discípulos. Hoy en día, todavía podemos contemplar pergaminos atribuidos a los Imames.

La célebre historia de Zaid Ben Ali Ben Husein, la de Iahia Ben Zaid y la preservación de la “Sahifah as Sayyadiiah” (Colección de Súplicas del Imam Sayyad, con él sea la Paz) es un testimonio de lo que se acaba de decir.

Ibn Nadim relata un incidente interesante: “Muhammad Ben Ishaq dijo que en la ciudad de Al Hadita había un hombre llamado Muhammad Ben Al Hussein y conocido bajo el nombre de Ibn Abi Ba’ra. Este hombre tenía una biblioteca como yo nunca he visto igual. Contenía muchos libros de literatura, gramática árabe y libros antiguos. Lo que era remarcable, era que cada libro u hoja contenía la escritura del que lo había escrito. Un grupo de sabios ha testimoniado la escritura de cada uno. En esta biblioteca, había manuscritos de los Imames Al Hassan y Al Hussein, los depósitos y los contratos escritos por Imam Ali y también manuscritos de los escribas del Profeta (BP). Así conservaba estos documentos antiguos y benditos.»

Entonces, ¿cómo sería posible que el Profeta haya escrito una sola línea y que no se haya conservado, teniendo en cuenta la extraordinaria atención de los musulmanes para estas cosas? Así pues, la pregunta sobre el conocimiento de la escritura por el Profeta recibe una respuesta negativa tras las concordancias contextuales y los documentos. En cuanto a la cuestión de saber si leía en la época de su misión, no podemos dar una respuesta negativa categórica, aunque no exista ninguna prueba demostrando que sabía leer y aunque otros hechos se opongan a esta hipótesis.

LA PAZ DE AL HUDAIBIIAH

Hay incidentes en la vida del Profeta probando que no leía ni tampoco escribía en Medina. Las consecuencias históricas del célebre acontecimiento que tuvo lugar en Al Hudaibiiah le han conferido una gran importancia. Aunque los documentos antiguos y los relatos modernos concernientes a este tema presentan diferencias, exponen los casos permitiendo dilucidar bien el asunto. En el mes de Dhu’l Qa’dah del año 6 de la Hégira, el Profeta dejó Medina a fin de llevar a cabo la peregrinación a La Meca (Umra y Hayy).

Recibió la orden de llevar con él los camellos del sacrificio pero cuando llegó a Al Hudaibiiah, a tres leguas de La Meca, se dio cuenta que los quraishitas habían cerrado el camino. Primero pensó que el mes era un mes sagrado y, según las reglas de los politeístas observadas por los quraishitas, estos últimos no tenían derecho a impedirle entrar en La Meca, sobre todo después que el Profeta hubo explicado que no tenía otro objetivo más que visitar la Ka’ba y que se iría tras haber cumplido los ritos.

A pesar de todas estas explicaciones, los quraishitas rehusaron su acuerdo e impidieron a los musulmanes proseguir su camino. Estos últimos estaban, no obstante, decididos a entrar en la Meca, por la fuerza si era necesario. Pero el Profeta se opuso a esta tentativa que deshonraría el estatus sagrado de la Ka’ba. Una conciliación fue interpuesta entre las dos partes en cuanto al peregrinaje a efectuar. El Profeta dictó el texto de la declaración al Imam Ali, comenzando por: “En el Nombre de Dios Compasivo y Misericordioso” (Bismilah-hi Rahmani Rahim).

Suhail Ben Amr, el representante de los quraishitas, se opuso a esta introducción islámica que los quraishitas no conocían y pidió que se le reemplazara por: “En Tu Nombre ¡oh Dios! (Bismika Allahuma). El Profeta aceptó y ordenó a Ali escribir como lo había pedido Suhail Ben Amr, añadiendo: “escribe aquí lo que ha sido convenido entre Muhammad, el Enviado de Dios y Suhail Ben Amr”. Suhail intervino de nuevo:

“Si yo admitiera que eres el Enviado de Dios, no te combatiría. Escribe por lo tanto tu nombre y el nombre de tu padre”.

El Enviado de Dios dijo entonces: “Anota lo que ha sido convenido entre Muhammad Ben Abdullah y Suhail Ben Amr”.

Aquí es donde aparecen las divergencias entre los relatos reportados en la “Vida del Profeta” de Ibn Hisham y en “La Tradición Musulmana” de Bujari (capítulo “Las condiciones del Yihad y de la conciliación con los enemigos”).

Se dice que el conflicto entre los quraishitas y el Profeta se situaba ante la escritura de las palabras “Enviado de Dios”. El Profeta había aceptado la escritura de “Muhammad Ben Abdullah en lugar de “Muhammad, el Enviado de Dios”. No obstante la mayor parte de los otros relatos mantienen el desacuerdo entre los dos hombres acerca de la escritura de las palabras “Muhammad, el Enviado de Dios”.

El Profeta pidió a Ali borrar la expresión “Enviado de Dios” pero Ali se excusó por no poder borrar con su mano esas palabras benditas. Aquí, de nuevo, los relatos divergen. Las tradiciones shiitas concuerdan sin embargo, en decir que el Profeta borró con su propia mano esta expresión y que a continuación Ali escribió “Ben Abdullah”; excepto algunas tradiciones shiitas y sunnitas que relatan que el Profeta pidió a Ali que le mostrase esta expresión y le posase sus dedos encima a fin de poder borrarla él mismo. Ali obedeció y escribió a continuación “Ben Abdullah”.

Según estos datos, el Profeta no sabía leer ni escribir y era pues Ali quien hacía la función de escriba.

El libro “Recitaciones del Corán” de Abu Bakr Atiq de Nishabur, realizado a partir de su comentario coránico escrito en persa en el siglo V (titulado en persa La Felicidad Eterna) relata este incidente. Llegado el momento en que Suhail se opone a que se escriba “Enviado de Dios”, se puede leer:

“Suhail Ben Amr dijo: “Escribe: He aquí lo que ha sido convenido entre Muhammad Ben Abdullah y Suhail Ben Amr”. El Profeta ordenó a Ali borrar las palabras Enviado de Dios pero el corazón de Ali no podía decidirse a hacer eso y el Profeta debió repetir su orden. Ali se abstuvo de nuevo y el Profeta, siendo iletrado, le dijo: ‘Posa mis dedos sobre esas palabras para que yo mismo las borre’. Entonces Ali obedeció y después escribió en su lugar ‘Ben Abdullah’”.

Así mismo, Al-Ia’qubi escribe en su Historia: “Ordenó a Ali escribir: ‘En Tu Nombre ¡oh Dios! De la parte de Muhammad Ben Abdullah’. El conjunto de hadices de Muslim confirma, tras haber mencionado la negativa de Ali a borrar las palabras benditas, que el Profeta le dijo: “Muéstrame dónde están esas palabras”.

Ali le mostró el lugar y el Profeta las borró y escribió entonces “Ben Abdullah”.

Hay que resaltar que este relato muestra, de una parte, que el Profeta necesita a Ali para reconocer las palabras en cuestión y relata, por otra parte, que el Profeta las borró y escribió las otras palabras acordadas.

Parece a primera vista que el Profeta mismo lo ha escrito pero está aceptado que el copista del hadiz quería decir que fue Ali quien lo había escrito.

Pero de la Historia de Tabari, en el Kamil de Ezzeddin Abulhassan Ibn Athir y en otros relatos de Bujari (capítulo de las Condiciones), resalta que las últimas palabras fueron escritas por el mismo “Enviado de Dios” pues el texto dice: “El Profeta tomó el pergamino y escribió, aun no sabiendo escribir”.

Esto significa que el Profeta escribió excepcionalmente y esto sostiene la opinión de aquellos que declaran que el Profeta podía escribir si quería, pues Dios le enseñaría. Pero no escribió nunca.

Extraído del libro: «El Profeta UMMI» - Parte I

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Fuente :: www.islamoriente.com