El poder de repulsión en Alí (II) - enemigos de Ali (P)
El poder de repulsión en Alí (II) - enemigos de Ali (P)
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Prof. Murtada Mutahhari
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El poder de repulsión en Alí (II)
Y enemigos de Ali (P)
Por: Prof. Murtada Mutahhari
EL SENTIDO DE DEMOCRACIA EN ‘ALÍ
‘Alí procedió con los jariyitas con la mayor liberalidad y espíritu democrático. Él era el califa y ellos sus súbditos; y por consiguiente todo tipo de acción punitiva en su contra estaba a su disposición. Pero él no los encarceló, ni los hizo flagelar; ni siquiera les interrumpió su cuota del tesoro público. Se ocupó de ellos igual que de otros individuos. Esto, que ocurrió sin excepción en la historia de ‘Alí[1], es algo de lo que hay pocos ejemplos en el mundo. En toda circunstancia eran libres de expresar sus opiniones, y ‘Alí y sus compañeros libremente se les oponían con sus propias posturas y discutían con ellos. Ambos bandos podían exponer sus argumentos y contrarrestar los de sus oponentes.
Quizá un grado tal de libertad, en el cual un gobierno actúa hacia sus opositores con tal espíritu democrático y sentido de justicia, carezca de precedentes en el mundo. Ellos entraban a las mezquitas e interrumpían las disertaciones y sermones de ‘Alí. Cierto día ‘Alí estaba hablando desde el minbar (púlpito) cuando vino un hombre y le hizo una pregunta a la cual el Príncipe de los creyentes dio una sabia respuesta improvisada. Un jariyita que estaba entre la gente gritó: «¡Quiera Dios matar a este hombre! ¡Qué inteligente es!» Los demás quisieron echarlo pero ‘Alí ordenó que lo dejaran diciendo: «Sólo a mí me insultó».
Los jariyitas no rezaban detrás de ‘Alí en las oraciones comunitarias porque consideraban que era un impío, pero no obstante no lo dejaban solo e iban a la mezquita a molestarlo. Cierto día en la mezquita ‘Alí se había puesto de pie (oficiando de imam de la oración colectiva) y la demás gente se había colocado detrás suyo, cuando uno de los jariyitas, de nombre Ibn Al-Kauuá’, comenzó en voz muy alta a recitar un versículo de Corán en alusión a ‘Alí, el versículo dirigido al Profeta (BPD) que expresa: «Te hemos inspirado a ti (oh Profeta) y a quienes te precedieron que si asocias (algo a Dios, cometiendo idolatría) habrás invalidado tus (buenas) acciones (anteriores) y serías de los perdidosos» (39:65)
Lo que Ibn Al-Kauuá’ quería insinuar acerca de ‘Alí al mencionar este versículo era algo así como: «Sí, conocemos tu historia pasada en el Islam. Primero fuiste un creyente, el Profeta te eligió como su hermano, tu dedicación resplandeció la noche que el Profeta emigró de La Meca y tú te quedaste durmiendo en su cama, ofreciéndote como señuelo para las espadas[2]. Por cierto que tu servicio al Islam no puede negarse. Pero Dios también le dice a Su Profeta: “Si asocias (a otros con Dios) habrás invalidado tus acciones”. Ahora que te has convertido en un impío, has anulado tus buenas acciones del pasado.»
¿Qué podía hacer ‘Alí ante esto, con este hombre voceando fuertemente el Corán? Permaneció hasta que el hombre llegó al final del versículo, y cuando terminó, ‘Alí continuó con la oración. Entonces Ibn Al-Kauuá’ repitió el versículo, y ‘Alí volvió a guardar silencio mientras lo hacía. Lo hizo porque hay una orden coránica que expresa: «Y cuando sea recitado el Corán, escuchadlo (atentamente) y guardad silencio» (7:204).
Y esta misma orden coránica es la que obliga a que cuando el imam (conductor de la oración colectiva) recita el Corán, los creyentes deben escuchar y guardar silencio (no interrumpiendo la recitación ni la oración).
Después que Ibn Al-Kauuá’ hubo repetido varias veces el versículo para estorbar la oración, ‘Alí recitó el versículo que dice: «Sé paciente (y perseverante) porque por cierto la promesa de Dios es verdadera, y que no te hagan vacilar (en tu firmeza) los que no están persuadidos» (30:60). Y a partir de allí no prestó más atención y continuó con su plegaria[3].
* * *
LEVANTAMIENTO E INSURRECCIÓN DE LOS JARIYITAS
Al comienzo los jariyitas eran personas pacíficas que se contentaban con la mera crítica que expresaban abiertamente. La actitud de ‘Alí hacia ellos era justa, como señalamos antes, y nunca les causó problemas, ni siquiera les cercenó su participación en el tesoro público. Sin embargo, a medida que comenzaron a perder la esperanza de que ‘Alí se arrepintiera, sus actividades comenzaron gradualmente a cambiar. Decidieron realizar una revolución. Se reunieron así en la casa de uno de sus acólitos, alguien que poseía un encendido y provocativo discurso y que los incitó a rebelarse en el nombre de «ordenar el bien y vedar el mal». Dijo (luego de la alabanza de rigor a Dios): «Juro por Dios que de nada vale un grupo de gente que, teniendo fe en un Dios misericordioso y siguiendo las órdenes del Corán, le resulta más preciado el mundo que ordenar el bien y vedar el mal y hablar la verdad, aunque éstas (actividades) les provoquen perjuicios e impliquen peligro. Porque quien incurre en peligros y perjuicios en este mundo será recompensado en el Día de la Resurrección con la felicidad que proviene de Dios y el Paraíso eterno. ¡Hermanos!, salgamos de esta ciudad en la cual mora la injusticia y vayamos a las montañas o a algunas otras comarcas donde podamos erigir una barrera que detenga estas innovaciones desviadas (en la religión)».
Ante esta incitación moral y encendido discurso se volvieron más fervorosos salieron de la comarca para tratar de provocar un levantamiento revolucionario. Amenazaron la seguridad de los caminos y se entregaron al pillaje y la sedición. Su objetivo era debilitar al gobierno por estos medios y poner fin así a su administración.
Ya no era entonces cuestión de dejarlos en libertad, pues no se trataba más de la libre expresión de creencias (aunque estuvieran equivocadas), sino directamente del sabotaje contra la seguridad pública y de una insurrección armada contra el gobierno legal.
‘Alí entonces los persiguió y se enfrentó a ellos en las riberas de Nahrawán. Les dirigió un discurso en el cual los aconsejó y les dio pruebas incontrovertibles. Entonces ellos pusieron el estandarte de su causa en las manos de Abu Aiiúb Al-Ansári como un signo de que quienes se reunieran alrededor suyo eran los verdaderos creyentes. De cerca de 12.000 hombres, 8.000 se apartaron ese día del jariyismo mientras que los restantes permanecieron obstinadamente en su posición. Fueron entonces severamente batidos en batalla y no quedó de ellos sino un pequeñísimo grupo.
* * *
CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE LOS JARIYITAS
El espíritu del jariyismo es muy especial. Era una mezcla de fealdad y hermosura que, como un todo, fue tal que los hizo finalmente alinearse con los enemigos de ‘Alí. La personalidad del Príncipe de los creyentes los repulsó y no los atrajo.
Mencionaremos aquí ambos aspectos de su impronta, los positivos y bellos, y los negativos y desagradables, que, cuando se combinaron en ellos, los volvieron tan horribles y peligrosos.
1. Tenían espíritu de lucha y voluntad de sacrificio, lo que los hacía esforzarse valientemente en defensa de sus creencias e ideas. En la historia de los jariyitas encontramos la mención de hombres de absoluto altruismo, con pocos semejantes en la historia del género humano; su altruismo y voluntad de sacrificio eran la vitalidad de su bravura y su poder.
Ibn ‘Abdu Rabbih dijo acerca de ellos: «Entre las sectas, ninguna se mostraba más convencida (de sus ideas y creencias), ni se esforzaba más que los jariyitas, ni tampoco había hombres más dispuestos a morir (por su causa) que ellos. Uno de ellos fue cierta vez herido de muerte por una flecha que había penetrado profundamente en su cuerpo. Aún así, se precipitó contra su matador diciendo: “¡Dios mío! Me apresuro a ir a Tu encuentro puede que así estés complacido”.»
Mu’auiah envió cierta vez a alguien por su hijo, que era un jariyita, para que lo trajera de vuelta, pero le fue imposible hacerlo desistir. Finalmente le escribió: «Hijo mío, iré y te llevaré a tu hijo (e.d.: nieto de Mu’auiah), y puede que al verlo, ello unido a tu instinto paternal, te hagan recobrar el sentido y te fuercen a dejar eso». Pero el hijo replicó: «¡Juro por Dios que estoy más ansioso de la estocada de las espadas que de mi hijo!».
2. Los jariyitas eran gente de adoración y devoción, que pasaban la noche en vela entregados a la plegaria y que no tenían el menor deseo por el mundo y sus encantos. Cuando ‘Alí envió a Ibn Abbás para advertir a los reunidos para la batalla de Nahrawán, éste volvió y los describió como doce mil hombres cuyas frentes exhibían callosidades por el exceso de prosternación, cuyas manos semejaban las patas de los camellos de tanto presionarse sobre el suelo ardiente y seco ante su Señor, cuyas ropas estaban andrajosas y raídas de tanto uso, y no obstante estaban resueltos y determinados (a seguir con su cometido).
Los jariyitas obedecían estrictamente las leyes y prácticas externas del Islam; jamás ponían sus manos en nada que consideraran un pecado. Tenían sus propias pautas y principios, y jamás se mezclaban con aquellos cuyos principios contrariaban los propios. Mostraban su disgusto hacia cualquiera que incurría en pecado. Ziiád ibn Abíh mató a uno de ellos y luego envió por el esclavo de este hombre y le interrogó sobre cómo era él. El esclavo le contó que aquél jamás comía durante el día, ni ocupaba su cama por las noches: pasaban los días en ayuno y en plegaria toda la noche.
Dondequiera colocaban su huella, hacían honor a sus creencias y se comportaban devotamente en todos sus actos. Llegaban a matar por sus creencias.
‘Alí (P) dijo de ellos: «No matéis a ningún jariyita después de mí, porque aquel que busca la verdad y yerra (en el intento) no es igual a aquel que procura la falsedad y la encuentra»[4]. Quiso decir que eran diferentes a aquellos que rodeaban a Mu’auiah, porque querían la verdad, aunque habían caído en el error. Mientras que aquellos que rodeaban a Mu’auiah eran impostores desde el inicio cuyo camino era la falsía. Así, si se perseguía a los jariyitas luego de ‘Alí ello sería darle ventajas a Mu’auiah quien era peor y más peligroso que aquellos.
Es necesario, antes que continuemos describiendo otras particularidades de los jariyitas, recordar algo, dado que estamos hablando acerca de las pretensiones de devoción, piedad y ascetismo. Uno de los puntos extraordinarios, distintivos y maravillosos en la historia de ‘Alí —del cual no se puede hallar parangón—, es el coraje y valentía con que se plantó para combatir contra estos pietistas fosilizados y arrogantes.
Frente a gente que perseveraba y se adornaba con las exterioridades de la devoción, de rostros que afectaban la verdad, de vestimentas harapientas, verdaderos devotos profesionales, ‘Alí esgrimió su espada y sometió a todos a su filo.
Seguramente que si nosotros hubiéramos estado en el lugar de los compañeros de ‘Alí y contemplado los rostros de esta gente, habrían sido conmovidos nuestros sentimientos, y habríamos reconvenido al Príncipe de los creyentes por esgrimir la espada contra tales personas.
Esta crónica de los jariyitas es una de las lecciones más constructivas de la historia del shiísmo en particular, y en general para la totalidad del Islam.
‘Alí mismo estaba consciente de la importancia excepcional del curso de acción que había tomado en estas circunstancias, pues se narra que dijo: «He extirpado la fuente de la sedición. Nadie tuvo la osadía de hacerlo excepto yo cuando sus tinieblas habían brotado y su violencia (fanática)[5] se había vuelto severa»[6].
Amir Al-Mu’minín (P) emplea aquí dos expresiones interesantes. Una es «sus tinieblas», que provocan duda e incertidumbre[7]. El aire externo de piedad y santidad de los jariyitas era tal que todos los creyentes de fuerte fe se habían vuelto indecisos. Se había creado una atmósfera oscura y vaga, un espacio que fue llenado por la duda y la incertidumbre.
La otra expresión es que vinculó la condición de estos pietistas con la rabia, es decir la hidrofobia, la locura que afecta a los perros y que los lleva a morder a todo lo que se les cruza en su camino. Y como ese perro es portador del microbio infeccioso que provoca la enfermedad, cuando sus dientes se hunden en el cuerpo de cualquiera, hombre o animal, y penetra en él algo de su saliva, este hombre o animal después de un tiempo comienza a sufrir la misma enfermedad. Se vuelve rabioso, y muerde a otros que también adquieren la rabia. Por esta razón la gente inteligente se apresura a matar al perro rabioso, porque al menos salvan así a otros del peligro de la rabia.
‘Alí sostenía que se comportaban como perros rabiosos: eran incurables; «mordían» e infectaban incrementando regularmente el número de casos de rabia.
¡Pobre comunidad musulmana en aquella época! Un grupo de pietistas ignorantes, fanáticos y necios iban de aquí a allá cayendo sobre esta alma o aquella. ¿Qué poder podía detener a estos encantadores escorpiones? ¿Dónde estaba el espíritu fuerte y poderoso que no vacilaría ante estos rostros ascéticos y piadosos? ¿Dónde estaba la mano que se levantaría para descargar sin temblar la espada sobre sus cabezas? Esto es lo que ‘Alí quería significar cuando afirmaba que nadie tuvo la osadía y el atrevimiento para hacerlo excepto él. Aparte de ‘Alí con su fe firme y su sabiduría, ninguno de los musulmanes, creyentes en Dios, el Profeta y la Resurrección, se atrevió a desenvainar las espadas contra ellos. (Aparte del Imam de los musulmanes, con su sabiduría) Solamente alguien que no creyera en Dios y en el Islam podría haberse atrevido a matar a esta clase de gente, no el creyente común.
Esto fue lo que ‘Alí mencionó como un gran honor para sí mismo: Fui yo y sólo yo quien comprendió el gran peligro que amenazaba al Islam proveniente de estos pietistas. Ni sus frentes encallecidas (por la prosternación en oración), ni sus ascéticas ropas, ni sus lenguas siempre entregadas al recuerdo de Dios, ni incluso sus fuertes y sólidas creencias, pudieron obstaculizar mi percepción sobre su realidad. Fui yo quien comprendí que si se los dejaba asentarse todos serían afligidos por esa plaga, y la comunidad islámica se volvería inflexible, apegada a los aspectos externos (de la religión), superficial y fosilizada, y la espalda del Islam se torcería. Esto no es sino lo que el Profeta indicó: «Dos grupos quebrarán mi espalda: aquellos que conocen pero actúan imprudentemente, y aquellos que son ignorantes pero profesan la piedad».
‘Alí quiso decir que si él no hubiera peleado contra el movimiento de los jariyitas en el mundo islámico, ninguna otra persona se habría atrevido a hacerlo. Aparte de él no hubo nadie que percibiera que aquellos hombres cuyas frentes estaban marcadas por las frecuentes prosternaciones, hombres religiosos y piadosos, eran en realidad un obstáculo en el camino del Islam, que pese a que se veían a sí mismos como trabajando por el progreso del mensaje islámico, en realidad eran sus enemigos. No había nadie que se enfrentara a ellos y derramara su sangre; sólo él pudo hacerlo.
Lo que ‘Alí hizo allanó el camino a los subsiguientes califas y gobernantes para que pudieran combatir a los jariyitas y aniquilarlos; y para que los soldados del Islam los obedecieran en esta tarea sin objeciones, dado que ‘Alí los había combatido. Más aún, la conducta de ‘Alí de hecho también abrió el camino para que otros pudieran, sin temores, combatir contra cualquier grupo que se manifestara exteriormente piadoso, con pretensiones de santidad y religiosidad, pero siendo realmente tontos ignorantes.
3. Los jariyitas eran personas ignorantes e iletradas, y a causa de su ignorancia y desconocimiento no captaban las realidades e interpretaban erróneamente los eventos. Gradualmente esta torcida interpretación de las cosas tomó la forma de una religión o fe ciega en el sistema que ellos mismos practicaban llegando al mayor autosacrificio.
Aquí es necesario hacer una pausa y reflexionar cuidadosamente sobre un punto de la historia islámica. Cuando nos retrotraemos a la vida del Profeta (BPD), vemos que durante la totalidad de los trece años del período mecano de su misión, él jamás dio autorización para el yihád (combate por la Causa de Dios), ni siquiera para la guerra defensiva, al punto que los musulmanes estuvieron realmente en apuros y, con el permiso del Mensajero de Dios, un grupo (los más débiles y desprotegidos) emigró a Abisinia. El resto, no obstante, permaneció en La Meca y sufrió la persecución. Solamente hacia el segundo año de haberse establecido en Medina se dio permiso[8] para el yihád.
En el período mecano los musulmanes recibieron las enseñanzas; se empaparon del espíritu del Islam. El modo de vida islámico penetró profundamente en sus almas, con el resultado de que luego de su emigración a Medina cada uno de ellos era un verdadero emisario del Islam; y el Profeta (BPD), que los enviaba por toda la región (a predicar) obtuvo de ellos los mejores resultados. Además, cuando fueron enviados al yihád, ya sabían exactamente por lo que estaban peleando. En palabras de Amir Al-Mu’minín (P): «Cargaron sus visiones[9] sobre sus espadas».
Sus espadas estaban así templadas (con el conocimiento y la fe verdaderos) y hombres así instruidos podían llevar a cabo su misión dentro de los límites que establece el Islam. Cuando leemos la historia y vemos lo que estos hombres decían, personas que unos pocos años antes no conocían sino la espada y el camello, quedamos sorprendidos y maravillados de sus sutiles ideas y su profunda práctica del Islam.
En la época de los califas, desgraciadamente, se prestó más atención a las conquistas, ignorando el hecho de que además de abrir y ensanchar las puertas del Islam hacia todos los pueblos, mostrándoles su dirección (cuando de cualquier modo ellos se sentían atraídos por el monoteísmo del Islam y su justicia e igualdad tanto con árabes y como con no árabes), era preciso también enseñar la cultura islámica y su modo de vida y formar gente consciente del espíritu del Mensaje divino.
Los jariyitas eran mayoritariamente árabes, aunque había también varios no árabes; pero todos ellos, árabes o no árabes, eran ignorantes de los principios del Islam e inexpertos en su cultura. Querían revestir y esconder sus limitaciones poniendo énfasis en las devociones. ‘Alí describió sus condiciones morales en estos términos: «...son gente inmadura, carente de ideas sublimes o sentimientos sutiles; personas que son débiles, como esclavos, bribones de distintos orígenes que se han agrupado.
Son gente que necesitan primeramente ser instruidos, se les debe enseñar el comportamiento islámico, y deben aprender bien a vivir como verdaderos musulmanes.
Deben tener un guardián que los dirija y los tome de la mano; no se les debe dejar en libertad, portando espadas en sus manos, y voceando sus opiniones acerca del Islam. No son ni emigrados (de La Meca) que abandonaron sus hogares a causa del Islam, ni ansár (auxiliares de Medina) quienes dieron la bienvenida entre ellos a sus hermanos emigrados».
La aparición de un estrato de gente ignorante en la comunidad que afectaba una falsa piedad, del cual los jariyitas fueron un sector, tuvo un costo muy elevado para el Islam. Olvidando por un momento a los jariyitas que, con todos sus defectos, estaban no obstante dotados de virtudes tales como la valentía y el autosacrificio, aparecieron también otros grupos con esta tendencia pietista que no poseyeron estas virtudes. Esta gente empujó al Islam hacia el monasticismo y el apartamiento del mundo, y fueron responsables de la difusión de cierta pretendida santurronería. Como no poseían las virtudes (de los jariyitas antes) mencionadas con las cuales podrían haber esgrimido el filo de las espadas contra quienes ejercían el poder, dirigieron sus ataques contra la gente de instrucción y conocimiento.
Convirtieron en una costumbre el llamar «impíos», «inmorales» e «irreligiosos» a la gente de conocimiento. De todos modos, una de las características más distintivas de los jariyitas fue su ignorancia y falta de visión, y una de las manifestaciones de su ignorancia fue su incapacidad para distinguir entre la forma externa del Sagrado Corán (como hojas escritas y encuadernadas) y su significado, y fue por eso que cayeron fácilmente en la trampa montada por Mu’auiah y Amr ibn Al-’As.
En esta gente la ignorancia y la devoción iban de la mano. ‘Alí quiso pelear contra su ignorancia, ¿pero cómo podía separar su lado ascético, piadoso y devoto, de su lado ignorante, dado que en ellos la devoción era lo mismo que su ignorancia? Para ‘Alí, cuya comprensión del Islam había alcanzado el más elevado grado, la devoción unida a la ignorancia carecía en absoluto de valor10. En consecuencia los destruyó para que no pudieran seguir usando su ascetismo, piedad y devociones como un escudo entre ellos y él. El peligro de la ignorancia de este tipo de gente, y más aún de estos grupos así orientados, es la forma en que se convierten en juguetes e instrumentos en manos de los arteros malignos, que los usan como obstáculos que se oponen a los más elevados intereses islámicos. Los hipócritas enemigos de la verdad siempre podrán incitar a estos simples pietistas ignorantes en contra de los intereses del Islam; ellos se convierten así en espadas en sus manos, en flechas de sus arcos.
‘Alí expresó esta característica de ellos de una manera sutil y sublime cuando afirmó: «Sois así la peor gente; sois flechas en las manos de Satanás que él usa para golpear su objetivo, y a través vuestro sume a la gente en la confusión y la duda (por vuestra aparente piedad)».
Dijimos ya que en un principio, el movimiento jariyita surgió para mantener viva una tradición islámica (la de ordenar el bien y vedar el mal), pero que su falta de visión e ignorancia los arrastró al punto de malinterpretar los versículos del Sagrado Corán.
Fue a partir de allí que comenzaron a distinguirse con el color de una secta religiosa.
Hay un versículo del Sagrado Corán que dice: «El juicio (Al-hukmu, e.d.: juicio, decisión, determinación) pertenece sólo a Dios. El relata la verdad y es el mejor de los que fallan (de los jueces, de los que deciden)» (6:57).
En este versículo al-hukmu se interpreta como uno de los especiales Atributos de la Esencia divina, pero es necesario ver cuál es exactamente su significado. Indudablemente, el significado de hukm (juicio) aquí es la ley y el orden en la vida del hombre. En este versículo el derecho de establecer la ley le es negado a otro que Dios mismo, y esto ha sido reconocido como una de las facultades divinas (o de una persona a quien Dios le ha dado autoridad11). Pero los jariyitas tomaron hukm con el significado de hukúmah (gobierno), que además contiene la idea de hakámíiah (arbitraje), y crearon su propio slogan lá hukma illa lil-láh (el gobierno —juicio, decisión— y el arbitraje pertenecen solamente a Dios). Su intención era afirmar que el gobierno (hukúmah), el arbitraje (hakámíiah) y también el liderazgo, así como la facultad legislativa, eran un especial derecho divino, y que aparte de Dios, nadie tenía el derecho de arbitrar, o gobernar a la gente, ni tampoco derecho a promulgar leyes.
Cierta vez Amír Al-Mu’minín estaba orando (o quizá se encontraba dirigiendo una jutbah —sermón— a la gente desde el minbar) cuando ellos lo increparon diciéndole: lá hukma illa lil-láh, lá laka ua li ashábik (¡‘Alí!, el gobierno sólo pertenece a Dios, no a ti ni a tus compañeros).
Replicándoles dijo: «La frase es correcta pero lo (que ellos piensan) que significa es falso. Es cierto que la legislación es sólo de Dios, pero esta gente dice que el gobierno pertenece únicamente a Dios. El hecho es que los hombres necesitan un gobernante, un regente, sea bueno o malo. Bajo (la sombra de) su gobierno los creyentes realizan buenas acciones y los impíos medran con la vida mundana; y Dios lleva todas las cosas a su fin. A través del gobernante se recogen los impuestos, se enfrenta a los enemigos, se mantiene la seguridad en los caminos, y se defiende los derechos de los débiles contra los poderosos, para que los virtuosos disfruten de paz y estén protegidos contra los malvados»12.
En resumen, las leyes no se ejecutan por sí mismas, necesitan de alguien o de un grupo que las ponga en práctica.
4. Los jariyitas eran personas de mentalidad estrecha y cortedad de visión, cuyas ideas apenas rozaban los más inferiores horizontes. Encuadraban al Islam y a los musulmanes entre las cuatro paredes de sus propias y limitadas ideas. Como toda la gente de mentalidad estrecha opinaban que todos los demás estaban equivocados y se habían desviado, yendo directamente al Infierno. La primera cosa que hace esta gente de mentalidad escasa es convertir a sus estrechas ideas en una suerte de dogma religioso. Restringen así la Misericordia divina, e imaginan un Dios iracundo en su trono, esperando que sus siervos cometan un error para arrojarlos al castigo eterno. Una de las creencias fundamentales de los jariyitas era que alguien que cometía un pecado grave, como por ejemplo la mentira, la maledicencia, beber embriagantes, etc., era un impío (káfir, infiel) y quedaba fuera del Islam, eternamente condenado al Fuego infernal. La estrecha mentalidad religiosa era una característica de los jariyitas, pero podemos verla nuevamente entre los musulmanes actuales. Es por esta razón que decíamos que el slogan de los jauáriy ha muerto y desaparecido, pero que su espíritu todavía perdura, en mayor o menor medida, entre individuos y grupos similares.
Podemos encontrar algunos intolerantes fanáticos que consideran a todo el mundo, menos ellos mismos y un grupo pequeño de gente como ellos, como impíos e infieles; y consideran así que sólo un pequeño número esta ciertamente en el Islam y es de los musulmanes.
Mencionamos en un párrafo precedente que los jariyitas no habían adquirido el verdadero espíritu de la cultura islámica, pero que no obstante eran valientes. Como eran ignorantes, tenían una mentalidad estrecha; y por sus estrechas ideas se apresuraban a condenar a la gente como infieles e inicuos, al punto que llegaron a restringir el significado de «Islam» y «musulmán» a su propio grupo, denunciando como infieles a los demás musulmanes que no compartían sus creencias. Como eran corajudos, llegaban a menudo ante los gobernantes y, según lo que ellos imaginaban, los sometían a «ordenar el bien y vedar el mal», pero entonces ellos mismos eran perseguidos y muertos. Dijimos también que en subsecuentes períodos de la historia islámica su inflexibilidad, ignorancia, pietismo y pretensiones de santidad fueron heredados por otros, pero sin su bravura, heroísmo y espíritu de sacrificio.
Los jariyitas no heroicos (que los sucedieron), es decir los santurrones cobardes, hicieron a un lado las espadas dispensándose de «ordenar el bien y vedar el mal» en lo que a los poderosos concierne, lo que era un peligro para ellos, y en cambio cayeron entonces sobre los sabios con la espada de sus palabras. Dirigieron acusaciones contra toda persona culta y de conocimiento, al punto que son pocos los sabios en la historia del Islam que no fueron blanco de las acusaciones de este grupo. Acusaban a uno de negar a Dios, a otro de negar la Resurrección, a aquél de rechazar la Ascensión del Profeta (BPD), a éste de derviche, y así siguiendo. De tal manera que si la opinión de estos necios se tomara como criterio, ningún sabio sería musulmán. Ya que el mismísimo ‘Alí fue acusado de impío, la situación de otros es aún peor (pues presentan más flancos para el ataque de la necedad de estos ignorantes). Avicena, Nasír Al-Din Al-Tusi, Mulla Sadra, Faid Al-Kásháni, Saiied Yamál Al-Din Al-Asádábadi (al-Afgáni), y, más recientemente, Muhammad Iqbal, son sólo unos pocos de los que probaron un amargo trago de esta copa. Ibn Sina (Avicena) escribió en relación a esto:
Llamarme a mí infiel, es una difícil exageración, porque no hay fe más fuerte que la mía. Si en una cierta época hay uno solo como yo y es un infiel, ¿habría un musulmán en algún período?
Al-Juáyah Nasír Al-Din Al-Túsi, que fue acusado de ser un infiel por una persona llamada Nizámu-l-’Ulamá (e.d.: el organizador de los sabios) dijo al respecto:
Si el «organizador» me llama a mí «infiel» puedo consolarme con que la lámpara de la falsedad jamás brillará con fuerza. Yo lo llamaré musulmán, porque no hay respuesta para una mentira excepto una mentira.
En definitiva, una de las características especiales de los jariyitas era su estrechez mental, y fue esta cortedad la que los llevó a acusar de impiedad a los demás. Contra esta cortedad de visión ‘Alí arguyó que era un error pensar así. Que el Profeta había castigado a alguien y luego había rezado las plegarias fúnebres ante su cadáver, mientras que si quien perpetra un pecado grave fuera un infiel, el Profeta no habría hecho esto, porque no es lícito rezar sobre el cuerpo de un infiel, que es algo prohibido por el Sagrado Corán13. Y que también el Profeta hizo azotar al bebedor de embriagantes, cortó la mano del ladrón, latigó al fornicador soltero, y les dio luego a todos ellos un lugar en las reuniones de los musulmanes, no les quitó su participación del tesoro público, y los casó con otros musulmanes. El Profeta (BPD) puso en práctica los castigos del Islam como era debido, pero jamás eliminó los nombres de los castigados de la lista de los musulmanes. ‘Alí preguntó a los jariyitas si suponían que él (el Profeta mismo) se había equivocado, y como consecuencia se había vuelto un infiel.
¿Por qué entonces condenaban a la comunidad musulmana como infieles? ¿Significa esto que porque alguien se ha extraviado los demás deben también estar necesariamente perdidos y en el error y deben ser llamados a rendir cuentas? Les preguntó por qué habían desenvainado las espadas y sometido por igual a su filo a inocentes y pecadores14.
Aquí Amír Al-Mu’minín les objetó dos cuestiones; su rechazo los repulsó en dos aspectos. Uno fue que ellos habían generalizado el pecado incluyendo a los inocentes, y les habían pedido cuenta de ello; y el otro fue que consideraran al pecador necesariamente como un infiel que estaba fuera del Islam, esto es, que restringieran el ámbito del Islam al decir que cualquiera que se sitúa fuera de algunas de sus prescripciones ha salido de su ámbito.
‘Alí condenó la cortedad mental y la estrechez de visión, y en realidad su lucha con los jariyitas fue contra su manera de pensar, no contra los individuos. Porque si estos individuos no hubieran pensado así ‘Alí no habría procedido con ellos como lo hizo ni hubiera derramado su sangre para que sus ideas murieran con ellos, para que el Sagrado Corán fuera correctamente entendido, y para que los musulmanes comprendieran al Islam y al Libro como realmente son y como su Inspirador lo quiso.
El resultado de esa cortedad intelectual y de ese pensamiento fanático fue que fueron engañados por la política de levantar los coranes en las puntas de las lanzas, y así generaron el mayor peligro para el Islam. Y ‘Alí, que había salido a extirpar de raíz la hipocresía y destruir a Mu’auiah y sus maquinaciones de una vez por todas, tuvo que volverse para tratar con ellos. Fue realmente una circunstancia nefasta la que se abatió sobre los musulmanes en esa ocasión15.
Como resultado de su estrechez de visión, los jariyitas rechazaron prácticamente el reconocimiento de otros musulmanes como tales, negaron incluso que los animales que aquéllos sacrificaban fueran comida lícita16, declararon lícito derramar su sangre y prohibieron el casamiento con ellos.
* * *
LA POLÍTICA DE «USAR» EL CORÁN
Han pasado actualmente trece siglos desde que la política de «colgar el Corán de la punta de las espadas» se instaló y prevaleció, en mayor o menor medida, entre los musulmanes. Se ha vuelto moneda corriente entre aquellos que desean sacar ganancia de ello, siempre que aumenta la santurronería y la exterioridad vacía, y se vuelve apto para mostrar la propia piedad y ascetismo. Hay dos lecciones que pueden aprenderse de esto.
Primero, que toda vez que los ignorantes, incultos y necios montan un show de santidad y piedad, y la gente los toma como un símbolo de los musulmanes practicantes, ello se constituye en una herramienta útil en manos de intrigantes inescrupulosos.
Tales intrigantes siempre aprovechan a esa gente para sus propios fines, y los convierten en un duro obstáculo para las ideas de los verdaderos reformadores. Es muy común ver a elementos antiislámicos utilizar estos medios abiertamente, es decir, usar el mismo poder del Islam para combatir contra él.
El colonialismo occidental tiene mucha experiencia en el uso de estos medios, y sacaron partido en su momento del engañoso despertar de los sentimientos de los musulmanes, especialmente en la creación de divisiones y cismas entre ellos. ¡Qué desgracia cuando, por ejemplo, preocupados musulmanes planean erradicar la influencia extranjera, y encuentran de pronto que la misma gente que quieren salvar les obstruye el camino en nombre y por causa de la religión! Lógicamente, si la masa del pueblo es ignorante y no está informada, los hipócritas usarán (manejándolos) la misma fuerza del Islam. En Irán, donde el pueblo tuvo el honor se seguir y amar a la Descendencia del Profeta (BPD) (Ahlul-bait), los hipócritas están creando una fortaleza contra el Corán, el Islam y la Casa del Profeta17 para que sirva a los judíos usurpadores, fuera de la sagrada fortaleza del amor a la gente de la Casa del Profeta, y en su sagrado nombre, y ésta es la más abominable injusticia que puede cometerse contra el Islam, el Corán, el Profeta y su Descendencia. Dijo el Profeta: «No temo después de mí para mi comunidad la pobreza, sino que temo en ellos por el pensamiento perverso». Es decir:
que lo que la pobreza de pensamiento acarreará a mi comunidad será peor que lo que provoque la pobreza económica.
Segundo, que debemos tratar de encontrar un método verdadero para interpretar el Sagrado Corán. El Libro es Guía y Conductor (del género humano) cuando se reflexiona verdaderamente sobre él, cuando es interpretado sabiamente, cuando se toma la guía (a su respecto) de la gente que realmente conoce el Corán, que está firmemente afirmada en sus ciencias18.
En la medida en que nuestra metodología sea errónea, y que no aprendamos cómo obtener beneficios del Sagrado Corán, no conseguiremos nada de él. Los acaparadores egoístas y los ignorantes a menudo leen el Corán y luego siguen una interpretación incorrecta. Exactamente como habréis probablemente leído en Nahÿu-l-Balága: «¡Dicen la palabra verdad, y luego colocan sus mentes en la falsedad!» Esto no es poner en práctica el. Corán o revivirlo, sino matarlo. El Corán es puesto en práctica cuando es comprendido con verdadero entendimiento.
El Sagrado Corán presenta siempre su proyecto de una forma general y esencial o fundamental, pero la deducción y armonización de lo particular desde lo universal depende de nuestra correcta comprensión y conceptualización. Por ejemplo, no encontramos escrito en el Corán que en una guerra que tendría lugar cierta vez entre ‘Alí y Mu’auiah, el primero estaba en la verdad. Todo lo que encontramos en el Corán es que: «Si combaten entre sí dos grupos de creyentes, ¡reconciliadles! Y si uno de ambos provoca (bagat, injustamente, con insolencia y opresión) al otro, ¡combatid al que provoca hasta que se someta al designio de Dios!...» (49:9)
Este es el Sagrado Corán y su forma de explicar las cosas; no dice que en tal y tal guerra, tal está en el error y tal otro en lo justo.
El Sagrado Corán no da nombre y fechas; no dice: dentro de unos cuarenta años, más o menos, aparecerá un hombre llamado Mu’auiah que combatirá contra ‘Alí, y vosotros debéis pelear en esa guerra en favor de ‘Alí. Ni tampoco entra en otras particularidades. La tarea del Corán no es dar una exhaustiva lista de temas y señalar cuáles son correctos y cuáles erróneos; esto sería imposible. El Corán vino para tener vigencia por siempre, y por eso tiene que clarificar las cuestiones fundamentales, universales, para que la falsedad pueda ser enfrentada con la verdad en todas las épocas, y para que la gente pueda actuar según el criterio que le dan estos principios universales.
Es un deber entonces que la gente abra sus ojos al consejo básico: «Si combaten entre sí dos grupos de creyentes...», y distinguir entre el grupo que está provocando injustamente y el que está siendo provocado, y aceptarlo si cesa verdaderamente en su provocación.
Pero si los injustos detienen momentáneamente su accionar para tratar astutamente de salvarse de la derrota, y fortalecerse para un nuevo ataque volviendo a la injusticia, teniendo en cuenta las palabras del Corán: «Y si uno de ambos provoca al otro...», sed firmes entonces, y no deis lugar a sus artimañas.
Corresponde a la misma gente discriminar en todos estos asuntos. El Sagrado Corán procura que los musulmanes adquieran madurez social e intelectual, y una consecuencia necesaria de tal madurez intelectual es la habilidad para discernir entre el hombre justo y el injusto. El Corán no vino para ser siempre para la gente como un tutor para un menor, para exponerle los detalles particulares de su vida como un protector personal, especificándole (la realidad) de cada caso especial mediante un signo e indicación material y concreta19.
Actualmente, conocer a la gente, su grado de competencia, y los límites de su capacidad y relación con el Islam y las realidades islámicas, es un deber, y frecuentemente desatendemos esta obligación.
‘Alí, la paz sea con él, ha dicho: «Jamás reconoceréis la buena guía hasta que reconozcáis a los que la abandonan»20.
Conocer los principios y las generalidades no es por sí solo suficiente a menos que se encuentren sus correspondencias y referencias a los particulares, porque es posible que, debido a un error de juicio concerniente a las personas y los individuos por ignorancia de la situación, uno actúe en nombre de la verdad y del Islam contra lo mismo que pregona: es decir el Islam y la verdad, convirtiéndose así en un instrumento de la falsedad.
La injusticia y los injustos, y la justicia y los justos, son mencionados en el Corán, pero su aplicación particular debe ser entrevista cuidadosamente. No debemos confundir la justicia con injusticia, cortando la cabeza de la primera y de la verdad en nombre de lo que —nosotros pensamos— son los principios universales y el juicio que se desprenden del Corán.
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LA NECESIDAD DE COMBATIR LA HIPOCRESÍA
La batalla más difícil es la que se libra contra la hipocresía, porque es la lucha contra la astucia que usa a los necios como su armamento. Esta lucha es mucho más difícil que la que se libra contra la impiedad, porque en la batalla contra la impiedad se combate contra una posición claramente definida, que está a la vista; mientras que la lucha contra la hipocresía es de hecho contra una creencia oculta, soterrada.
La hipocresía tiene dos caras: una es su cara externa, el Islam y los musulmanes; la otra interna: la impiedad y la maldad. Es difícil para la gente común descubrir este último aspecto, y a veces imposible; y así es como la lucha contra la hipocresía termina en el fracaso porque la gran mayoría de la gente no puede llevar su percepción más allá de las formas externas, y entonces lo oculto no se les hace patente. No tienen capacidad suficiente para penetrar profundamente en la naturaleza interna de las cosas.
Amír Al-Mu’minín (P) escribió en una carta enviada a Muhammad Ibn Abu Bakr:
«El Mensajero de Dios (BPD) me dijo: “No temo para mi comunidad por el creyente o por el impío. En cuanto al creyente, Dios lo protegerá por su fe, y en cuanto al (abiertamente) impío, Dios lo humillará por su impiedad. Pero temo por vosotros ante aquel que es un hipócrita en su corazón y tiene don de palabra. El es capaz de hablar lo que podéis aceptar, pero hace lo que vosotros no aceptáis”.»21
El Profeta señala aquí el peligro de la hipocresía y de los hipócritas, porque la mayoría de la gente es inconsciente y se deja llevar por las apariencias externas22.
Hay que tener cuidado con el hecho de que, con cada golpe que la estupidez suma, se abre más el camino a la hipocresía. La batalla contra los necios y los estúpidos es también la batalla contra la hipocresía, porque los necios son instrumentos en manos de los hipócritas. Naturalmente, la batalla con los necios y la necedad es para desarmar a los hipócritas y sacarle las espadas de las manos.
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‘ALÍ, EL VERDADERO IMAM Y LÍDER
En todos los aspectos de la vida de ‘Alí, en cada detalle de su historia y biografía, de sus disposiciones y hábitos, de su carácter y comportamiento, de sus palabras y sermones, hay enseñanza, ejemplos a seguir, sabiduría y liderazgo.
De la misma forma que su «poder de atracción» nos enseña y educa, lo mismo pasa con su «poder de repulsión». Por lo general en los ziiárát23 a ‘Alí y a los impecables purificados, rogamos ser «amigos de sus amigos y enemigos de sus enemigos». Otra manera de pedir esto sería decir: «Ojalá entremos en el campo de su fuerza de atracción, y elijamos estar fuera de la acción de su repulsión».
Lo que hemos expuesto en este libro es apenas un indicio de los poderes de atracción y repulsión en ‘Alí, y nuestra brevedad es particularmente evidente en el tratamiento de su «repulsión». No obstante, pensamos que queda claro de lo que expusimos que ‘Alí rechazó fuertemente a dos grupos: a los hipócritas astutos y a los pietistas necios.
Estas dos lecciones son suficientes para quienes pretenden ser de sus «partidarios» (es decir: su shi’ah), para que abran bien los ojos y no sean embaucados por los hipócritas, para que agudicen su visión y no se extravíen con el aspecto exterior de las cosas, dos cuestiones de las cuales la comunidad shiíta está seriamente afligida.
Fuente: POLARIZACION EN TORNO DEL CARACTER DE ‘ALI IBN ABI TALIB
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[1] Es decir: el tratamiento justo y sin discriminación de los opositores por parte de quien ejerce el poder público. (Nota del traductor al Español)
[2] Esto alude a un episodio importante en la vida del Profeta. Cuando éste debía emigrar hada Medina (y fue de los últimos en hacerlo) los opresores de La Meca ya se habían confabulado definitivamente para matarlo. Para ello habían ideado la estrategia de encomendar el asesinato a un grupo de jóvenes elegidos de entre todas las tribus de la ciudad, de manera que el clan de Banu Hashim no pudiera reclamar venganza ya que ello implicaría enfrentarse a todos los demás clanes de La Meca. Los confabulados estaban montando guardia en torno de la casa del Profeta para que éste no escapara y poder entrar a matarlo de sorpresa bien entrada la noche. No obstante ello el Profeta salió de la casa auxiliado por su Señor quien encegueció o adormeció a los que montaban guardia para que no lo vieran. ‘Alí en esa circunstancia se ofreció a ocupar el lecho del Profeta (BPD) para engañar a los confabulados y darle tiempo al Profeta de alejarse. Así, cuando los asesinos se asomaron y espiaron vieron ocupada la cama del Profeta y pensaron que estaba aún allí. A la madrugada los asesinos irrumpieron por sorpresa en la casa y con las espadas en ristre se dirigieron a la cama del Profeta, y cuando estaban a punto de ejecutar su cometido se dieron cuenta de que era ‘Alí y no el Profeta el que ocupaba el lecho. Este ofrecimiento de la propia vida en defensa del Profeta es una de las mayores grandezas de ‘Alí. (Nota del Traductor al Español)
[3] Sharh (Nahÿu-l-Balága), Ibn Abi Al-Hadíd, vol. 6, p. 311.
[4] Nahÿu-l-Balága, sermón 60.
[5] El término utilizado en árabe es «kalab» (de la misma raíz que kalb, perro) que designa la rabia en cuanto violencia fanática y ciega. (Nota del Traductor al Español)
[6] Nahÿu-I-Balága, sermón 92.
[7] Las «tinieblas» son mezcla de luz y oscuridad, y esta mixtura es la que puede extraviar y hacer entrar en la duda incluso a los favorecidos con una fe firme. (Nota del Traductor al Español)
[8] Esta autorización para el Yihád (el combate por la Causa de Dios) se recibió por revelación divina en el Sagrado Corán. (Nota del Traductor al Español)
[9] «Visiones» traduce el árabe basá’ir, que es la visión interior que da la comprensión profunda de las cosas, y que crece al amparo de la fe verdadera. (Nota del Traductor al Español)
10 Una cuestión importante a tener en cuenta en este punto es que el Islam privilegia el conocimiento a la devoción, y en general privilegia la realización consciente y con conocimiento de todos los actos de la vida (lo cual se revela en la importancia que concede a la intención en todos los actos para definir su validez y consecuencias). Esto está avalado por el Sagrado Corán que incita constantemente a la reflexión y al conocimiento como único camino para alcanzar la fe, y por las tradiciones del Profeta (BPD) y los Imames de su Descendencia (P), como aquella en que el Mensajero de Dios le dice a Abu Dharr: «La asistencia de una hora a una reunión en que se imparte conocimiento es más amada para Dios que velar mil noches rezando en cada una mil rak’ats (ciclos de oración), y más amada aún para El que mil gazuat (expediciones por la Causa de Dios), y que la recitación de todo el Corán doce mil veces, y mejor que un año completo de devoción ayunando durante sus días y velando durante sus noches. Y a quien sale de su casa a buscar una puerta hacia la ciencia, le concede Dios por cada paso la recompensa de mil mártires como los de Badr, y le concede Dios por cada letra que escuche o escriba, una ciudad en el Paraíso». (Nota del Traductor al Español)
11 Como los Profetas y Mensajeros divinos, y sus sucesores, los imames. (Nota del Traductor al Español)
12 Nahÿu-l-Balága, sermón 40.
13 Cfr. 9:84.
14 Para el texto de esta disertación ver Nahÿu-l-Balága, sermón 126.
15 En esta nota el autor ha insertado una larga discusión (más de cinco páginas) sobre distintos temas: análisis de ciertas características de los jariyitas a la luz del Corán; el tema del arbitraje y la posición de ‘Alí (P), y la influencia de las distintas escuelas islámicas de pensamientos entre sí. Por su extensión la hemos relegado a un Apéndice al final del libro, que es conveniente leer antes de seguir adelante por la luz que echa sobre distintos puntos. (Nota del Traductor al Español)
16 Según ordena el Sagrado Corán, los musulmanes deben consumir solamente carne sacrificada por un musulmán en el Nombre de Dios según el método islámico. Los jariyitas, como consideraban impíos a quienes no compartían sus ideas de entre los musulmanes, tampoco aceptaban la carne que ellos sacrificaban, e incluso declaraban que era licito (no punible) matarlos. (Nota del Traductor al Español)
17 Recordar que estas conferencias fueron dictadas en Irán con anterioridad al triunfo de la Revolución Islámica. El shahíd Mutahhari, como religioso e intelectual de gran valía, era un aguerrido defensor de las verdades del Islam contra la política «renovadora» y occidentalizante del Shah. (Nota del Traductor al Español)
18 Que el Sagrado Corán no se puede separar de la gente que lo conoce y tiene la clave para interpretarlo correctamente, está confirmado por la tradición profética. Estos sabios que guían sobre el Corán son en especial la Descendencia profética, pues dijo el Mensajero de Allah (BPD) en el famoso hadiz (de las dos joyas): «Dejo tras de mí dos joyas, no las separéis porque os extraviaréis: el Libro de Dios y mi descendencia». «Descendencia» designa aquí a los imames sabios, nominados por Dios mismo, que poseen la sabiduría infusa que los hace hermeneutas de la Revelación en toda época. (Nota del Traductor al Español)
19 Es decir: el hombre no está exceptuado de la prueba por ser musulmán, ni de decidir por sí mismo entre el bien y el mal, la verdad y la falsedad, pues dice el Sagrado Corán: «¿Piensan los hombres que se les dejará decir “¡creemos!” sin ser probados?» (29:2). La Revelación sólo le suministra la guía general y las evidencias fundamentales sobre la cual debe reflexionar para descubrir la verdad. (Nota del Traductor al Español)
20 Nahÿu-l-Balága, sermón 146.
21 Nahÿu-l-Balága, carta Nº 27.
22 Vemos así, a lo largo de toda la historia del Islam, que cada vez que surge un reformador que lucha por la causa de la gente y para mejorar su situación social y su religión, poniendo en peligro los intereses de los opresores y acaparadores, éstos últimos echan mano del recurso de la pseudo santidad, y exhiben su piedad y religión.
Cuando Al-Ma’mún, el califa abasida, famoso por contarse entre los gobernantes epicúreos más extravagantes, vio que los alidas (la gente de la Casa del Profeta y sus seguidores) estaban en ascenso, cambio de manera de vestir y se presentó en público con una nueva imagen. Entonces Abu Hanífah Al- Iskáfi, que no había recibido de él ni una moneda, ni le debía favores, lo elogió por esto y compuso en su favor el siguiente panegírico: ¡Oh Al-Ma’mún, gobernante del Islam como no se ha visto otro igual entre árabes y no árabes! Que usó un abrigo de piel por tanto tiempo que se volvió viejo, raído y andrajoso. Sus íntimos compañeros estaban sorprendidos por este exceso y le interrogaron por la causa. Dijo: «Las historias que sobreviven a los reyes, de entre los árabes y los no árabes, no son debido al fino algodón o al lino (de sus vestimentas).»
Y así siguiendo, cada uno a su manera exaltó la política opresiva de «sostener los coranes en la punta de las lanzas», destruyendo el esfuerzo y el sacrificio de los verdaderos creyentes, cortando en flor todo intento de resurgimiento de la verdad. Esto no es sino por la ignorancia y necedad de la gente, que no sabe cómo distinguir entre los slogans y la realidad, y así se cierran a sí mismos el camino del resurgimiento y el mejoramiento verdaderos, echando a perder todo el trabajo previo y debiendo en consecuencia comenzar todo de nuevo.
De todas las notables enseñanzas que aprendimos de la vida de ‘Alí, es que no debemos luchar contra un grupo en especial, sino toda vez que cualquier conjunto de musulmanes (u otros que se calzan la vestimenta de la religión), se convierta en un instrumento para el avance de los no musulmanes y el progreso del colonialismo y los colonialistas, quienes, para proteger sus propios intereses egoístas primero los apañan y luego los usan como escudo, de manera que se vuelve imposible llegar al verdadero enemigo sin pasar por encima de sus escudos. Es preciso entonces pelear primero con estos necios y destruirlos para dejar el camino libre y poder así atacar directamente el corazón del enemigo. Quizás las maquinaciones de Mu’auiah tuvieron algo que ver con el sabotaje de los jariyitas, y por consiguiente incluso ese día Mu’auiah, o al menos gente como Al-Ash’az ibn Al-Qais Al-Kindí (líder de los Banu Kinda que por no regirse por principios islámicos fue desplazado en Siffín del comando de la tribu; y luego de Nahrawán fue uno de los que se negaron a seguir inmediatamente a ‘Alí contra Mu’auiah en Siria) y otros participantes de los disturbios y el sabotaje, y apañaron a los jauáriÿ. La historia de los jariyitas nos enseña el hecho de que ante toda sedición los «escudos» deben eliminarse primero y combatir a los necios, exactamente como hizo ‘Alí luego del arbitraje: primero atacó a los jariyitas y luego se dispuso a ir tras Mu’auiah.
23 Un tipo de súplica dirigida a uno o todos de los catorce impecables: el Profeta, su hija Fátima, y los doce Imames.
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Fuente : islamoriente.com